La crítica ha abordado este tema llegando a distintas conclusiones y argumentando en contra de esta idea, entre otras razones, la pobreza de Cervantes, que le habría impedido tener una colección propia, habiéndose nutrido para sus lecturas de libros prestados o incluso de los pertenecientes a sus libreros, Francisco de Robles y Juan de Villarroel. Pero la pobreza del autor cada vez se considera más un mito romántico, creado por los primeros biógrafos de Cervantes en el siglo XVIII y especialmente de Vicente de los Ríos, que se transmitió posteriormente sin apenas cuestionarse.
Otras son las conclusiones que pueden sacarse actualmente y en ese sentido apuntan estudios como los de Daniel Eisenberg, que tras demostrar que existen razones objetivas para pensar que Cervantes poseía una biblioteca, llega más allá e insinúa que no solo leía sus libros sino que actuaba como un auténtico coleccionista. Que su pobreza no fuera tan extrema, que contara con amigos, literatos o libreros, que pudieran haberle regalado libros, que los libros no fueran tan caros como se piensa o que recibiera dinero de los nobles que le protegían, como el conde de Lemos o el duque de Béjar, permite suponer que tenía su propia colección y que la trataba, además, como un experto en libros. Así se deduce de las descripciones que hace de ellos en sus obras, en las que demuestra su conocimiento de aspectos como la encuadernación, el tipo de escritura, el tamaño o el proceso de impresión y los valora como objetos materiales desde el punto de vista de un coleccionista.
De las bibliotecas ficticias que aparecen en sus obras (las de Diego de Miranda, Grisóstomo, el licenciado Vidriera o la de Alonso Quijano, entre otras), la de don Quijote es la que más podría parecerse a la suya.
Si bien existe también la posibilidad de que poseyera manuscritos, la labor de reconstrucción de esa colección es poco menos que imposible, aunque sí puede hacerse con la de impresos, teniendo en cuenta que siempre quedarían algunas obras sin incluir. Daniel Eisenberg (“La biblioteca de Cervantes”, en Studia in honorem Prof. M. de Riquer, Barcelona, Quaderns Crema, 1987) lo hace basándose en las mencionadas en los textos cervantinos (el “Canto de Calíope” de la Galatea, el Viaje del Parnaso y la biblioteca de don Quijote, principalmente) y en otras que se han sugerido como fuentes o lecturas del autor. De la selección resultante puede deducirse el predominio de las ediciones madrileñas y alcaínas; el escaso número de obras en otras lenguas que, cuando existen, lo son en italiano o portugués; el conocimiento de la cultura de su época por parte del autor, y especialmente la cultura castellana, como lo demuestra el que la mayoría de los libros sean posteriores a 1580; y, finalmente, el impresionante sentido crítico respecto a la literatura de su tiempo que, aparte de en los comentarios sobre los autores contemporáneos que hace en su obra, se refleja en la selección de libros que ofrecemos a continuación.
De muchos de estos libros que figurarían en esta hipotética biblioteca de Miguel de Cervantes hubo numerosas ediciones, cualquiera de ellas, y no necesariamente la que aquí figura, pudo ser la que estuviese en poder de Cervantes:
La Biblioteca de Cervantes
Estamos acostumbrados a hablar de la biblioteca de Alonso Quijano y de su expolio a manos del cura y el barbero en el capítulo VI de la primera parte del Quijote. Pero ¿tenía Cervantes una biblioteca? ¿Era similar a la del ingenioso hidalgo?
Selección de obras
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La demanda del santo Grial con los maravillosos hechos de Lanzarote y de Galaz, su hijo.
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Los cuatro libros de Amadís de Gaula.
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Primera parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache.
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El asno de oro.
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Conquista de las islas Malucas.
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Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
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Primera parte de la Angélica.
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Proverbios morales.
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Los Lusíadas.
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Las obras de Cristóbal de Castillejo; corregidas y enmendadas por Juan López de Velasco.
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Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos.
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Primera parte de las flores de poetas ilustres de España.
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Arcadia, prosas y versos.