La Fortuna Visual de Cervantes

Carlos Reyero

Si a un pintor le mandasen pintar un retrato de la persona Real para
que conociesen su hermosura y gentileza […], si este tal pintor pintase
una muy fea, y disforme figura, cosa verosímil es que le indignaría
al rey por ver que su principal belleza se había de vituperar
por aquella tan mala pintura de los que no le conocían.

   Juan Hurtado, Meditaciones para los días de Cuaresma, Madrid, 1621, pp. 32-33.


No podemos concebir a Felipe IV de ningún
otro modo que como lo pintó Velázquez.
Rubens hizo también un retrato del mismo rey
y en el cuadro de Rubens parece alguien totalmente distinto.

   Pablo Picasso, Picasso, pintura y realidad: textos, entrevistas y declaraciones,

   Juan Fló (recopilador), Montevideo, Libros del Astillero, 1973, p. 52.

El deseo de contemplar el rostro de una persona de la que se habla antes de conocer su apariencia constituye un impulso humano muy común. Se otorga a la visión la capacidad de completar una información imprecisa, en la creencia de que los rasgos y gestos individuales no solo matizan lo sabido de antemano, sino que evidencian aspectos intraducibles de la personalidad que cada cual interioriza a su manera. Además, a través de la mirada se establece, en función de la naturaleza
de cada uno, una relación mental y afectiva, muy relevante incluso en el caso de la representación.