Cervantes y la identidad nacional

José Álvarez Junco

Es difícil empezar a escribir sobre Cervantes y no acabar haciéndolo sobre Don Quijote, su genial criatura. Porque, como se ha observado tantas veces, Cervantes es un autor devorado por su propio personaje. Más difícil aún será evitar dicha sustitución en este artículo, ya que me propongo tratar en él la forma en que tanto el autor como, sobre todo, el personaje, fueron identificados con el carácter nacional, con la «manera de ser» colectiva española. Y el «quijotismo español» ha sido un tópico constantemente repetido en la era en que han dominado las visiones nacionalistas del mundo.
Es sabido que el reconocimiento de la obra cervantina en los círculos europeos fue inmediato, como demuestran sus traducciones al inglés y francés en vida del autor, e inmediatamente después al italiano y al alemán. Lo que no suele observarse con tanta frecuencia es que su impacto se produjo en un momento en que dominaba en el espacio europeo una imagen muy potente y negativa de lo español.

Frente al poderío de la monarquía de los Habsburgo –que no era un «reino de España», sino un complejo imperial, pero cuyo centro de poder radicaba en palacios situados en Valladolid, El Escorial o Madrid–, sus oponentes habían elaborado un estereotipo sobre los españoles como grupo humano cargado de tintes malignos e incluso terroríficos. Me refiero a lo que Julián Juderías etiquetó siglos
más tarde como la leyenda negra. Los personajes que poblaban aquel escenario eran el fraile inquisidor, el soldado de Flandes, el conquistador de las Indias o el noble ocioso, gente que se comportaba de forma arrogante y cruel, guiada por el fanatismo y la codicia. Fue en pleno auge de aquella imagen cuando Cervantes publicó su gran novela. Pero ambas cosas no parecieron en principio relacionarse, pues el personaje cervantino fue interpretado como un símbolo humano, universal, en vez de como parte de aquella denostada cultura española.